‘Todo es Historia' ” ‘Los buenos salvajes (y los malos también).’ por Eduardo Crivelli Montero. nº 299 mayo de 1992. pág. 15.




‘Los buenos salvajes (y los malos también).’ por Eduardo Crivelli Montero.

‘¿... de qué puede necesitar los que van desnudos....? Pedro mártir, carta 13d

‘El buen salvaje y el bárbaro feroz son mitos. En general los hombres han concebido a los pueblos exóticos bajo uno u otro. El primero, más amable, supone seres inmersos en la naturaleza, intocados por el vicio y la molicie, robustos, ágiles y espontáneamente justos, que viven en feliz simplicidad y disfrutan en común sus bienes. Se sitúan en un eterno presente anterior a la Caída y a la Sociedad; por eso, su desnudez es inocente. Han resultado figuras útiles para los relatos edificantes de todas las épocas, como el de la Edad de Oro, una mitología arcaica que Hesíodo esgrimió contra sus contemporáneos, los hombres de hierro. Aunque un mito no necesita el auxilio de la experiencia, las narraciones de los viajeros de los siglos XVII y XVIII constituyeron con algunas imágenes idílicas de América y de las islas del Pacífico; la temática cundió en la literatura, el teatro musical y la filosofía. Un ‘salvaje de América’ explicó al barón de La Hontan la superioridad de la religión natural respecto de la revelada (1704)... casualmente un tema predilecto del filosofismo del siglo XVIII. Los antopófagos del ‘Robinson Crusoe’ (1719) son tan arquetípicos como el redimible Viernes. Romeau hizo exotismo a la francesa en ‘Les indes galantes’, ópera ballet estrenada en (1735): el amor había huido de de una Europa asolada por las grandes guerras para refugiarse en América. Los tahitianos de Bougainville (1768) casi dan con el estereotipo del buen salvaje: paz doméstica, cuerpos hermosos amor libre y fácil, pulcritud, disgusto por el alcohol y el tabaco, longevidad feliz y plena.Los buenos trogloditas de Montesquieu vivían prósperos y festivos en algún lugar de Arabia. Para Rousseau, ‘el hombre que medita es un animal depravado’; por eso, imagina una humanidad primitiva ágil, robusta, presocial, que apenas necesita del intelecto.’

‘En las colonias españolas, el tema del buen salvaje tuvo poco eco: no era cristiano -y el Estado controlaba la filosofía- ni servía para legitimar la apropiación de tierras y la disolución de los pueblos nativos. Aparece en la correspondencia alucinada de Colón: los naturales ‘son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidéndosela, jamás dicen que no (...) Y no conocían (...) idolatría (...) todos creen (...) el bien es en cielo (...)’ También lo encontramos en los alegatos de Bartolomé de las Casas.’

‘Donde hubo resistencia firme, como en el sur del continente, la ideología de conquista logró más útil la figura del bárbaro brutal y contumaz, que rechaza inexplicablemente los beneficios de la civilización. La resistencias a la servidumbre y la elemental defensa del territorio fueron procesadas como actitudes incomprensibles; un vistazo a la historia, sin embargo, demuestra que, en el mejor de los casos, los indígenas no encontraron en los países euroamericanos más que un lugar subordinado.’

‘La figura del mal salvaje gesticula todavía en la historiografía sobre la ocupación de las tierras indígenas de las pampas y de la Patagonia. Producto de la propaganda expresionista del Estado sucesivamente colonial y nacional, ha perturbado por su contribución a las mitologías de los ejércitos y del catastro. Con insuficiente contrapeso aquí traemos a la memoria algunos episodios simpáticos, de armonía, incluso altruistas, de la vida de las tribus del sur pampeano-patagónico, que nos alejan un poco de la truculencia de los choques de la frontera; no tienen en común más que la calidad humana de sus protagonistas.’

‘En noviembre de 1767, el gobierno de Buenos Aires despachó una expedición contra los indios, con orden de ‘pasarlos a cuchillo’. Esperaba así abortar las represalias con que amenazaban virtualmente todas las nacione del sur y del oeste. Lo resultado parecen haber sido magros. Al regreso de las fuerzas, cinco hombres de guardia del Salto que boleaban baguales toparon con un grupo de 14 indio; sólo dos pudieron huir. Generalmente, en las pampas no se reservaba la ‘vida de los varones adultos, ya que no había manera de asegurarlos. Los pocos prisioneros que hizo la expedición de Manuel de Pinazo de 1770 fueron degollados una vez que presentaron declaración; así se hizo en las campañas de Rauch y de Rosas, y en multitud de episodios menores. Cuando los tres prisioneros iban a ser ultimados, dos indios que conocían a uno de ellos mediaron ante el cacique, que accedió al ruego para conformar a los intercesores y juntamente por su dios que estaba arriba [dijo] mostrando el cielo con el dedo’. Al día siguiente los dejaron partir, desnudos y a pie, no sin advertirles que se cuidasen de otra fuerza india que estaba hacia los Manantiales de Piñeiro. El 15 de diciembre -con los pies hinchado, confirma el parte- llegaron a la frontera.’

‘Ante la escasez de datos precisos sobre la religión de las tribus bonaerenses (en el caso, grupos muy araucanizados, tal vez ranqueles), es interesante la referencia explícita a una divinidad uránica compasiva y con preocupación éticas. En general, lo altos dioses americano ocupaban poco de las acciones humanas. Sorprende también un episodio de clemencia a pocos días de haber regresado de tierra adentro una expedición de degüello.’

‘Hacia fines de siglo XVIII y comienzos del XIX, parece delinearse la posibilidad de que una convivencia pacífica reemplazará las habituales relaciones de extorsión recíproca entre hispanocriollos y aborígenes. En su memoria de 1795, el virrey Arredondo informaba que ‘ya no (les) desagrada tanto comunicar con nosotro amistosamente…’.’

‘Los indios no vivían muy distintamente de la población rural criolla; las diferencias eran más bien ideológicas. Los grupos que menos habían sufrido el rigor colonial, como los tehuelches del sur patagónico, estaban mejor predispuestos hacia los blancos. En tanto Cardiel se quejaba, en 1748, de que los indios bonaerense exigían una paga para oficiar de baqueanos, pocas décadas después. Antonio de Viedma no tuvo dificultades en hacerse conducir a lugares de Santa Cruz que aún hoy parecen remotos. ‘Generalmente tienen estos indios (patagones) una índole muy dulce e inocente, y me tanto afecto y trataron con tanta sencillez (...) que hubiésemos tenido caballos bastantes, pienso que no quedaría un palmo de aquellos terrenos que no pudiese registrar en su compañia.’

‘En enero de 1783, el establecimiento de San Julìan quedò corto de víveres; a solicitud del superintendente, los indios se retiraron ‘sin violencia ni disgusto’, y de cuando en cuando socorrìan a los españoles con carne de guanaco.’

‘Como los colonos galeses del Chubut se instalaron en el campos del jefe tehuelche Chiquichano sin pagar el arrendamiento que la costumbre indígena (y tal vez la universal) exigían, eran considerados intrusos; sin embargo, el propio cacique había previsto a algunos de los inmigrantes de boleadoras y los había enseñado a cazar guanaco, para paliar el hambrunas que estaban padeciendo.’

‘Son bien conocidos los esfuerzos del coronel García, entre 1810 y 1822, por lograr algo más que una tregua en la frontera sur de Buenos Aires. ¿Cómo se resolvería la cuestión territorial? Las sociedades tribales eran en la materia mucho más flexibles que los Estados; aunque reconocían y defendían como propio un espacio, estando en paz bastaba el envío de embajadores y un pago compensatorio para que un grupo pudiera atravesar campos de otros y aún aprovechar sus recursos.’

‘Veamos el caso de las Salinas Grandes (cerca de Hidalgo La Pampa) situadas en pleno territorio indígena, eran periódicamente explotadas por los porteños. En oposición el cacique pampa Lincoln Nahuel, el jefe valdiviano Epumer declaró en 1810 «que la laguna de Salina no la había creado Dios para determinados hombres, sino para todos, como parte de su mantenimiento, y lo mismo la tierra, pues era para los hombres y sus animales: y por lo tanto, si en ese lugar (...) su Rey (el de España) quería hacer ciudades, le era muy gustoso , y debían serlo todos los que como él tuvieran muchos hijos». De haber sido Epumer natural de esa comarcas, y no inmigrante reciente, es posible que su concepción del espacio hubiese sido menos generosa; de hecho, estos cacique se negaban a situar al español en su punto neurálgico de sus tierras.’

‘Cuando en 1822, en los parlamentos de Laprida y de Sierra de la Ventana, García insistió en la instalación de poblaciones cristianas más allá de la frontera (lo que se iba a hacer por las buenas o las malas), los papeles estaban invertidos: no fueron en general los indígenas comarcanos los que se opusieron, sino los recién llegados a la cordillera y de la Araucanía, muy hostiles al gobierno de Buenos Aires -en parte, por influencia de José Miguel Carrera- y con serios propósitos de establecer su hegemonía en las llanuras. De no haber mediado la expedición de Rodríguez, que castigó a pampas y tehuelches por un malón ejecutado por ranqueles y araucanos, García hubiera encontrado aún más adeptos.’

‘Similares esperanzas de convivencia abrigaba Foyel, uno de los jefes del País de las Manzanas (alto Limay). Musters recogió en 1870 su visión de mundo: «Dios nos ha dado estos y colinas para vivir en ellas; nos ha dado el guanaco, para que con su piel formemos nuestro toldos, y para que con la del cachorro (chulengo) hagamos mantas con que vestimos; nos ha dado también el avestruz y el armadillo para que nos alimentemos. Nuestro contacto con los cristianos en los últimos años nos ha aficionado a la yerba, al azúcar, a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos, pero que non han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles, no tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc., de modo que nuestro propio interés está en mantener con ellos buenas relaciones, aparte de que aquí hay lugar de sobra para todos.»’

‘Una perspectiva distinta, más realista, tenía un anciano hermano del cacique Quintuhual. Notaba que «los chilenos estaban invadiendo las tierras por u8n lado y lo argentinos por el otro, a causa de los cual los indios se verían barrido en breve de la faz de la tierra, o tendrían que pelear para defender su existencia». Quince años después, Foyel era sometido por las armas.’

‘En resumen, en tiempos de paz los indígenas parecían dispuestos a compartir con los cristianos algo de la extensión de sus campos, confluyen en esta actitud una concepción territorial meno rigida que la de los estados, la necesidad de enfrentar peligro inmediatos, como las masivas inmigraciones araucanas que siguieron a la pacificación de la frontera sur y su interés por intensificar el comercio que los proveía de bienes europeos definitivamente incorporado a su sistema de vida.’

‘En 1758, el teniente de dragones Josef Ignacio de Zavala pasó a hacerse cargo del fuerte de Zanjón, cerca de Chascomús, por muerte del capitán Juan Blas Gago, quien había sido uno de los brazos de la política dura del gobernador Andonaegui. El nuevo comandante halló su fuerte en ruinas y, en su entorno, ocho toldos, «»que están del tiempo del difunto Gago . «[II] e sabido -continúa» que los soldados no salen de dichos toldos»; previsiblemente, «los más [de sus ocupantes] son china y chusma».Aunque el informante opina que «no prestan utilidad alguna en el fuerte», es evidente que se trata, más que de indias galantes, de las familias de los más acomodados.’

‘La caminata emprendida por el indio guaraní Hilario Tapary desde un desbaratado campamento en el puerto de San Julián (actual Santa Cruz) hasta la llanura bonaerense, en 1753 nos es conocida por un relato desesperadamente breve. Al cabo de -quizás- dos meses de serios padecimientos, en algún lugar de las pampas del sur «vio venir a (...) dos indios a caballo con sus lanzas, con cuya vista pensó ir a ver la de Dios; pero (...) pero se condolieron de él y (...) lo condujeron (...) donde había como unos 20 toldos de indio con us familias de mujeres e hijos, y le recogieron en uno de lo toldos, y le daban de comer avestruz, venado y caballo, que son sus manjares, y le daban a su cueros para que se tapase y durmiese, por ser la estación más fría». Ya restablecido, compartió por algún tiempo la vivienda de sus huéspedes, hasta que alcanzó con ellos las campañas de Buenos Aires. Allí un indio del cacique Nicolás Bravo (Cangapol) lo tomó bajo su protección y le aseguro que lo llevaría a la capital. En la toldería «aquella noche mataron el caballo de Hilario [un macarrón viejo que le habían regalado sus anteriore protectores], y fue la cena que tuvieron, y no se dejó de extrañarle, pues mal correspondía el recibimiento que le habían hecho y el matarle el caballo. Pero al día siguiente (...) le dieron otro caballo muy bueno, y pidió que le diesen de comer carne de vaca, y se la trajeron, y lo mismo hicieron en los 15 o 20 días que estuvo con ellos (...) Después de dicho tiempo dijo Hilario que se quería venir (a la capital), y le dieron un buen caballo y lo trajeron convoyado de cuatro indios hasta un fuerte que está en las fronteras (...) adonde lo entregaron con encargo de que lo condujesen [a Buenos Aires]...», donde llegó el día de Reyes de 1755.’

‘Este ejemplo de la hospitalidad del desierto no se explica sólo porque Tapary haya sido identificado como «paisano», es decir, indígena. Los hispanocriollos podían esperar otro tanto. El febrero de 1825, Mateo Dupin, vecino del Carmen de Patagones, fue enviado a las inmediaciones de Sierra de la Ventana a negociar el restablecimiento de las paces rotas por las expediciones de Martín Rodríguez. Se quería evitar que un eventual bloqueo dejase las ciudades litorales entre dos enemigos. El día 24, el parlamento con los caciques comarcanos. Planteando al riesgo de una invasión por mar. Petrey, hijo de Lorenzo Callfilqui, opinó que los cristianos de Patagones estaban «en el mismo casos con nosotros y si sigue la guerra deberían unirse (...) con nosotro pues otro han hecho el daño y Uds. y nosotros lo pagamos». Luego de vesta alusión a los ataques de Martín Rodríguez, recomendó que abandonaran la población y fueran a vivir con ellos al campo; aunque hubo de aceptar el razonamiento de Dupin: los cristianos estaban acostumbrados a vivir bajo techo, y en el campo raso moriría la mitad. En esta idea de un continuum entre la vida india y española se fundaba la frecuente respuesta de los caciques a los reclamos por la devolución de las cautivas que tenían familias en las tolderías: los parientes podrían a visitarlas cuando quieran, ya que estaba en paz con Buenos Aires. Como lo quería García: una sola familia.’

‘Según Adolfo Garretón, «la mayoría de lo indios (...) practicaban la unión marital por grupos (...) [D]entro de cada sociedad las uniones eran libres. Las parejas que se formaban eran entonces transitorias». Come era difícil saber quién era el padre de quién,«lo hijo se consideraban como pertenecientes en común a toda la tribu». Ya que esta afirmación consta en una obra publicada por la Editorial Universitaria de Buenos Aires, se la podría tener por sería. Carece, sin embargo, de respaldo documental alguno y parece derivar de cierta etnología del siglo XIX (Morgan, Engels). En cualquier caso, ejemplifica la perduración de la historiografía arbitraria sobre los pampas. Tal vez el episodio que sigue ilustra un poco mejor la realidad.’

‘Los partes de los fuertes bonaerenses del siglo XVIII demuestran que las resistencia de los criollos y de los europeos a la viruela era mucho mayor que la de lo indios, quienes -según se observó D’Orbigny en 1829- imponentes ante las epidemias que los entregaban, abandonan a los enfermos dejándoles alguna carne cocida y agua. Esta comprensible actitud general tuvo excepciones.’

‘El 13 de abril de 1784, el cacique Catruén cruzó la frontera acompañado de una pequeña comitiva, que incluía a una de su esposas, con el objeto de dar al virrey Loreto «nuevas pruebas de paz y amistad que desea conservar». Al regreso, en la guardia de Luján, la esposa de Catruén manifestó síntomas de viruela. El primer comandante de la frontera Francisco Balcarce, propuso al cacique regrese a los toldos para librarse del contagio, dejando en el fuerte a la enferma, que sería «asistida en un todo». Catruén, sin embargo, permaneció en la guardia hasta que su mujer quedó casi restablecida, recién entonce emprendió el regreso, ya contagiado, y murió un día antes de alcanzar sus toldos. Loreto se manifestó pesaroso, tal vez sinceramente, porque Catruén era un aliado seguro, que garantizaba el statu quo de la frontera. En suma, y pese a los pintoresquismos de la etnología del siglo XIX, la concepción familiar indígena no era demasiado diferente de la europea. Eso sí: la poligamia-la multiplicidad de esposas- no era clandestina.’

‘Las personas que hemo encontrado en estos episodios, como el resto de la humanidad, no eran ni buenos, ni malos, ni salvajes; en un mundo complicado buscaban bienestar, seguridad, autonomía, algún prestigio, una cuota de poder; aspiracione universales, en suma. Por esto, aunque el marco era teóricamente intransigente, la convivencia pudo abrirse paso. De hecho, la frontera fue el compromiso por excelencia: exigía heterodoxia, flexibilidad, renuncia a las actuales «puras». La historia institucional vería tal vez un contubernio en lo que la historia social reconoce como adaptación recíproca.’

‘A la vez, es fácil explicar el éxito de los estereotipos: al suministrar un marco interpretativo prefabricado, ahorran el esfuerzo de comprensión y eliminan los matice que entorpecen el accionar. Si cada época genera su propia historiografía, a la contemporánea le cabe examinar críticamente los esperpentos creados para legitimar lla ocupación de las tierras indígenas. No es casual que se parezcan a los pieles rojas y a los mejicanos estigmatizados por el cine de Hollywood.’

“25 años ‘Todo es Historia' Registra la memoria nacional. La argentina de las cosas.” ‘Los buenos salvajes (y los malos también).’ por Eduardo Crivelli Montero. Revista declarada de interés nacional nº 299 mayo de 1992. pág. 15. - $ 9,00.

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