"Todo es Historia" ‘La buena raíz.’ por María Sáenz Quesada..nº 299 mayo de 1992. pág. 10.





‘La buena raíz.’ por María Sáenz Quesada.

‘País de inmigrantes relativamente creciente, que en su mayoría proviene del sur de Europa y del Mediterráneo oriental, la raíz criolla de la Argentina no puede olvidarse en el momento de recordarlas cosas buenas que propone el número aniversario de ‘Todo es Historia'. Precisamente, es la variedad de personas, tradiciones y estilos que convivieron en la tierra que antes de 1880, lo que constituyó un sólido punto de partida que conviene tener presente en los tiempos de cambios profundos que se avecinan.’

‘Evocar esta raíz resulta una auténtica fiesta del espíritu debido a la calidad de los escritores que se han ocupado de estos temas y que, en su ir y venir sobre el problema de la identidad, pensaron al país en la convergencia de su pasado, presente y futuro.’

‘Borges tuvo en cuenta esa raíz al exaltar el culto del coraje en poemas y ficciones que le darían proyección universal; pero, como solía ocurrir con los hijos y nietos de guerreros de la Independencia que negaban el pasado, sin bucear en los orígenes coloniales de nuestra sociedad.’

‘Distinta fue la actitud de Ricardo Rojas cuando, en ocasión del Centenario, publicó Blasón de Plata y en los primeros capítulos de Los gauchescos procuro descifrar los vínculos entre el paisaje y el hombre, y entre èste y la lengua, a partir de la fundación de las ciudades españolas y sin desdeñar el antecedente indígena. El término raza nativa, que aplica a su interpretación, no tiene connotaciones de tipo antropológico, dice, sino de ‘pueblo o comunidad nacional, hombres de origen’ o ‘raíz’ común por cuna patria, cuando no por uso del tronco atávico. Describe en páginas de refinada factura literaria, a los distintos pueblos que ocuparon el suelo de la futura Argentina: indígenas, españoles, europeos, de otros reinos, negros africanos y los múltiples cruzamientos que produjeron, entre los que se destaca el gaucho, el tipo más original de esta tierra. Pone énfasis al señalar en qué medida el clima y el paisaje predominante, la llanura, moldearon su estilo peculiar.’

‘Numerosos testimonios de otros autores se refieren a la peculiaridad de los varones y las mujeres que vivían en el aislamiento de la pampa a fines del siglo XVIII, y hasta bien avanzado el siguiente, y que despertaban curiosidad, admiración y disgusto, según fuera la perspectiva del observador. Entre los críticos del gaucho estuvieron los viajeros y funcionarios que venían de Europa, imbuidos en las rígidas diferencias sociales que allí respetaban, y que también formaban parte del esquema de las ciudades indianas, aunque con matices propios. Una de las críticas más ásperas, del modo de vida de la llanura, proviene del marino español Félix de Alzaga, que hacía 1780 empezó a recorrer los gobiernos del Río de la Plata y del Paraguay.’

‘En su libro Viaje a la América meridional, registra el sorprendente diálogo que sostuvo con un pastor (el término gaucho aún no había tenido reconocimiento político y literario): ‘Yo he encontrado a varios desnudos -relata- y cuando les preguntaba si querìan ponerse a mi servicio para tener cuidado de mis caballo y para cualquier otra cosa, me responden con la mayor sangre fría: ‘Yo busco tambien alguno que quiera servirme: ¿quiere usted hacerlo?’. ¿Tienes tú con qué pagarme? -le respondía yo’. ‘Ni un cuarto -respondìa él-; pero era para ver él por casualidad quería usted servirme gratis’.

‘’Puede imaginarse el asombro con Azara, que era noble y además un científico riguroso, escuchaba estas palabras que revelaban desprecio hacia las norma aceptadas en la ciudad. Le repugna servir en la campaña, es decir, de a caballo, junto a los negros, gentes de color e indios, ‘aunque el capataz sea de esta clase’. A pesar de que se les pague y trate bien, se va frecuentemente sin despedirse y dicen a lo sumo al marcharse: ‘Me voy porque hace mucho tiempo ya que le sirvo’.’

‘’Casi cien años más tarde, el viajero, político y literato escocés Roberto Cunninghame Graham, conversaba en términos similares con los gauchos que solían llegar hasta su casa a pedir un vaso de agua en los tiempos en que fue ganadero, tropero y vendedor de caballos en la campaña rioplatense: ‘¿Necesitaba trabajo? ‘No, señor’ ‘¿Iba a alguna parte?’ ‘A ninguna en particular.’ ‘¿A dónde dormiría?’ ‘Donde lo tomara la noche.’ ‘No tenía más arma que el cuchillo?’ ‘No, señor. Dios no es mal hombre’. Admirado por la arrogancia de su audaz visitante -que a veces hacía desaparecer un caballo o una vaca gorda- don Roberto tomaría el ejemplo del modo de vida de estos paisanos para hacer discursos de protesta romántica y libertaria en el Parlamento inglés, según puede leerse en la traducción escrita de John Walter a Temas criollos, recopilación de escritos de Cunninghame Graham.’

‘Según otros relatos fidedignos, por ejemplo, el Diario de Benjamín Vicuña Mackenna (1855), el gaucho conservaba su espíritu rebelde incluso en la ciudad, donde se conchabaron en las tareas como las de carretillero del puerto o changador. ‘Es el ser más independiente en la faz de la tierra, con el más impávido desplante que jamás he visto’, afirmò el político e intelectual chileno que en el periplo de regreso a su patria, en su recorrida por la pampa, nunca escuchó que alguien se dirigiera a él llamándolo señor, sino simplemente hombre, a pesar de que iba impecablemente vestido con traje de ciudad.’


‘Este remoto antepasado nuestro que no admitìa que lo mandaran ni lo menospreciaran, desdeña incluso el mandato bíblico que hace del trabajo un sudoroso esfuerzo. Prefirió entenderlo como ‘junción’, o como un deporte, que le da oportunidad de relacionarse con otros paisanos y ganarse algunos pesos para comprar vicios, jugar a los naipes o adornarse con prendas de plata. Por eso llegó a darse el gusto de no aceptar la paga, según contaron alguno estancieros ingleses francamente desconectados ante una conducta social insólita.’

‘La tradición de trabajo y esfuerzo cotidiano de nuestra raíz criolla, tiene más relación con la sangre africana. Ya los padres jesuitas observaron a comienzos del siglo XVIII que el peso de las labores agrícolas y artesanales y de los trabajos públicos, recae en los esclavos venidos de África: ‘Son estos los únicos que en todas las provincias sirven en las casas, labran los campos, y trabajan en todos los otros ministerios. Y si no fuese por tales esclavos no se podría vivir porque ningún español por más pobre que venga de Europa quiere reducirse a servir, sino que cuanto llegan a las Indias, aunque no tengan con qué sustentarse, quieren echarlas de señor’, escribe el padre Cattaneo a un hermano residente en Módena. Explica en su carta que los albañiles negros, empleados por los maestros constructores de la Compañía de Jesús, se convirtieron con rapidez en excelentes maestros capaces de ejecutar por sí solos lo modelos que se le daban.’

‘Los negros podían ser domadores o capataces de ganado en los establecimientos rurales de la pampa, troperos en las rutas del Tucumán, fabricantes de adobes y cultivadores de viña en Cuyo, reparadores de caminos o albañiles en las obras urbanas, enfermeros o boticarios en los hospitales, lavanderas, planchadoras, cocineras, amas de leche en los hogares de los blancos, y más tarde, maestros de música y de danza. Su capacidad para el trabajo iba acompañada por una actitud de espíritu verdadera admirable, si se tiene en cuenta que el esclavo africano era víctima del más despiadado maltrato que incluía la captura y traslado a América en travesías marítimas cuya realidad estremece al ánimo con solamente la lectura de sus pormenores. De hecho, los que llegaban a los mercados de Sudamérica eran auténticos sobrevivientes de una serie de pruebas de carácter sobrehumano. Algunos, como sucedía con los nativos de Mozambique, preferían dejarse morir de inanición antes que ser esclavos. Otros, los que llegaron, se aferraron a la vida y en su nueva e injusta condición mantuvieron una actitud positiva que superaron transmitir a sus descendientes y que, a través de ellos, formaría parte también de ese modo de ser de la sociedad criolla.’

‘Su amor a la vida se expresó alegremente en el baile rítmico, aquellos tambos y candombes que tanto escandalizaron a las autoridades de la ciudad colonial y que servían, explica José Luis Lanuza en Morenada, para recaudar fondos destinados a obtener la libertad de algunos compañeros, es decir, tenían una función solidaria. El síndico del cabildo porteño señalaba en 1788 en qué consistían esos bailes, «ruinas de las almas, verdaderos lupanares donde la concupiscencia tiene lugar, hace todo agradable de ellos con los indecentes y obscenos movimientos que ejecutan, reviven a los ritos de Gentilidad en que nacieron y dan escándalo y mal ejemplo a todos los concurrentes, principalmente a las niñas y gentes inocentes porque les abre los ojos y entra la malicia de ellos».’

‘Este cúmulo de invectivas lanzadas por el celoso funcionario capitular, muestra al elemento negro como un factor de apertura de las rigideces morales que exigía el espíritu del Barroco, impartido por los jesuitas, y que negaba al cuerpo porque indefectiblemente llevaba el pecado. Pero la danza era también un recurso pacífico usado por los africanos para recordar sus raíces culturales y no enloquecer en el medio al que habían sido trasplantados y en el que se los explotaba duramente. Su resistencia no violenta, creativa y sensual, les permitía introducirse en el mundo de los patrones y compensaba con su alegría el aire melancólico del poblador de las pampas, que como producto de aislamiento -observó Ernesto Quesada- cambio de fogosidad y de hiperbolismo de su herencia andaluza haciéndolo también más serio.’

‘La buena raíz criolla incluye naturalmente al indígena, habitante primitivo del espacio geográfico que hoy forma la República Argentina. Ricardo Rojas le reconoce el «instinto heroico de la defensa de la patria: su recuerdo ha de sernos venerado porque el patriotismo, aunque elemental, fincaba en el amor a la tierra indiana. Paramentados o desnudos, fuertes o débiles, fuéronlo según el grado de civilización aborigen que cada uno de ellos representaba». Destaca Rojas que el régimen colonial significó la convivencia del indio y del colonizador, en la aldea, en la encomienda, en la reducción y en la doctrina, y distingue entre los pueblos autóctonos que aceptaron esa integración y los nómadas que no se sometieron. Guaraníes y demás tribus del litoral fueron el plantel que hizo posible la segunda Buenos Aires, mientras osas, paypaya, purmamarcas, tlitilianos u ocloyas sostuvieron la vida colonial en lla frontera norte.’

‘Este discurso apuntaba desdeñar la fuente hispano-colonial y la indígena que habían sido negadas por la visión deformadora del pasado, fruto de pasiones políticas del siglo XiX. En esta negaciones incurre también el positivismo, que tenía su más completa expresión en La ciudad indiana, publicada por Juan Agustín García en el 900. Pero en 1910, cuando el país había alcanzado su madurez -y estaba en vías de resolver mediante el sufragio universal sus problemas políticos- tel postura resultaba un factor de empobrecimiento.’

‘La plena aceptación de las raíces criollas aparece en el Sarmiento joven de Recuerdos de provincia, pero no el anciano hipercrítico de las sociedades latinoamericanas de Conflictos y armonías de las razas de América. En el libro que inicia la trilogía que culminará en Facundo, Sarmiento rinde homenaje al modo de vida antiguo, a la raíz colonial de su estirpe, a través del retrato de las mujeres y los hombres que lo moldearon en su niñez sanjuanina. Maestros como el clérigo José de Oro, agauchado, original y talentoso, le dieron nada menos que «que los instintos por la vida pública, mi amor por la libertad y a la patria, y mi consagración al estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraerme ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos “años”». A la madre, Paula Albarracín, debería el respeto por el trabajo cotidiano y cierto feminismo que reconocía la parte sustancial que la mujer tenía en las industrias domésticas. El sistema que regía en su hogar le permite también comprender los aspectos más humanos de la convivencia de los antiguos criollos, no en sus aspectos mezquinos, las jerarquías, sino en el clima de colaboración y amistad que unía a doña Paula con la zamba Toribia, criada de la familia, que murió joven y abrumada de hijos, «especie de vegetación natural de que no se podía prescindir, no obstante la santidad de sus costumbres»; y con Ña Cleme, india pura, antigua querida de uno de sus parientes, pobre de solemnidad que pedía limosna con un código digno, mientras, para darse importancia, hacía lo imposible para que la creyeran bruja.’

‘Esta sociedad criolla que ya estaba consolidada en víspera de la Independencia y que rechazo unánime todo amago de invasión extranjera, aceptó la convocatoria formulada por la clase alta urbana para incorporarse al proceso de la emancipación. Pero reclamó con la arma la igualdad republicana que se le había prometido, al advertir que el ideario de la revolución había sido confiscado en provecho de las clase pudientes nucleada bajo banderas diversas. Mientras pudo, escapó al sometimiento que le imponía la modernización, hasta que por fin quedó incorporada dentro de la nueva sociedad, confundida con los inmigrantes que venían masivamente en los célebres barcos mencionados por Carlos Fuentes. Ante de desaparecer, alcanzó, eo sí la relativa consagración que otorgan las buenas páginas literarias y esos poemas que todos conocemos -o deberíamos saber de memoria- pues forman parte del imaginario colectivo.’

‘Me gusta pensar en algo de su espíritu rebelde y participativo, de su melancólica alegría y de su persistente amor a la tierra, están presentes en esta revista que desde hace 25 años se empeña en aparecer con aceptable puntualidad en el mercado de las publicaciones periódicas. Veinticinco años después de aquel primer número, el de las tres mujeres de don Juan Manuel que firmará, con seudónimo, su director. Todo e Historia continúa con el proyecto de difusión de la historia para todos, alejada, como esos nuestros indómitos antepasados, de las capillas literarias y de los círculos académicos que imponen rigidez y servidumbre a la tarea historiográfica. El trabajo que aquí tiene algo de «junción» religiosa y festiva de que hablaba Martín Fierro la evocar la tarea en la campaña bonaerense; alcanza para comprarse unos poco vicios y como pretexto para charlar con los colaboradores que son, indefectiblemente, amigos. Indiferente a la moda del consumo, pero capaz de modificarse conforme a los tiempos que vive la República, esta revista sostiene un pacto tácito con su público, sabe que su lectores no son frívolos, ni superficiales, pero que les gusta leer historia escrita con humor y una pizca de nostalgia, que exigen seriedad, pero rechazan la solemnidad y que, cuando critican, son sinceros y algo perfeccionistas. Para este público de excepción, se han proyectado y se han escrito con afecto los 299 número que conforman una monumental y al mismo tiempo informal historia de la Argentina.’

“25 años ‘Todo es Historia' Registra la memoria nacional. La argentina de las cosas.” ‘La buena raíz.’ por María Sáenz Quesada. Revista declarada de interés nacional nº 299 mayo de 1992. pág. 10. - $ 9,00.

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